Vanessa Springora, escritora: “No hay mucha diferencia entre un pedófilo y un fascista”

Cuando vacía el piso donde vivía su padre, el corazón le da un brinco. En unos cajones encuentra dos fotos del abuelo paterno con simbología nazi, una efigie de Pétain, una foto de Hitler y una cruz de hierro.
Quien hurga en el pasado es Vanessa Springora (París, 1972), autora del libro El nombre del padre (Lumen/Empúries; traducido al castellano por Noemí Sobregués), una investigación obsesiva sobre sus antepasados a consecuencia de aquel hallazgo. Hasta entonces, el abuelo Josef había sido “perfecto” haciendo las funciones de abuelo, y un héroe para todo el mundo: un refugiado checoslovaco, que se escapó de una Wehrmacht para la cual fue reclutado a la fuerza, y que se había establecido en Francia.
Descubrir luego que el apellido Springora –de fingida declinación eslava- es una falsificación del alemán Springer, y que formó parte de la policía de orden en Berlín, todo ello someterá a Vanessa a una crisis de identidad.
El nombre del padre es su segundo libro. En el 2020 publicó El consentimiento. Fue un éxito rotundo, con más de 300.000 copias vendidas. “Entre los dos libros hay un vínculo cronológico”, explica en una entrevista en Barcelona, “porque mi padre, Patrick, murió cuatro días después de salir El consentimiento”.
Hablaba de mi padre en 'El consentimiento', y al principio pensé que se había suicidado al leerlo”
“Hablaba de él y al principio pensé que se había suicidado al leerlo”. No es así, aunque lo señalara negro sobre blanco por su incapacidad de protegerla ante los abusos sexuales que sufrió, siendo una adolescente de 14 años, por parte del reconocido escritor Gabriel Matzneff, que tenía 47.
Pero hay algo más que una vinculación cronológica. “En los dos libros constato imposturas, historias que fueron falseadas,” explica la escritora. Porque tras revelar la naturaleza de Matzneff, sabe ahora que el abuelo tenía un pasado nazi, y porque vaciando aquel piso descubre que el padre colérico, desequilibrado, mitómano, ultraderechista, mentiroso y narcisista, que ha maltratado a sus tres mujeres, ha escondido su homosexualidad. A todo el mundo, pero sobre todo a su padre, que como nazi no lo habría aceptado nunca.
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Aquí Springora señala un tercer vínculo entre El nombre del padre y El consentimiento: “Matzneff en el primer libro, el abuelo y el padre en el segundo, son figuras muy próximas, porque en definitiva, no hay mucha diferencia entre un pedófilo y un fascista, en el sentido de que niegan a los demás, tienen la misma incapacidad de ver sufrimiento en el prójimo, ya sea un niño, un adolescente o, en el caso de un nazi, los discapacitados, los homosexuales o personas de otras etnias”. “No sé si lo es para el lector externo, pero para mí esta conexión es visceral, casi orgánica”, añade.
El corazón de libro, sin embargo, está en la extrapolación que hace de los personajes masculinos –padre y abuelo– con la actualidad global. Para Springora, el fascismo y la virilidad están plenamente ligados. “El fascismo ha sido siempre una respuesta a la amenaza sobre la masculinidad”, asegura, “y todavía sorprende ver, ya sea durante la Segunda Guerra Mundial u hoy, cómo se persiguen a las comunidades LGBT, ya sea en Rusia o, como empieza a pasar ahora, en Estados Unidos”.

Vanessa Springora, que publica 'El nombre del padre'
Xavi Jurio / Propias“Intento entender cómo es que cada vez que un poder autoritario vuelve, empieza persiguiendo a los homosexuales”, añade Springora.
Sea como fuere, volviendo al terreno personal de la autora, El nombre del padre deviene una investigación en la que Springora acaba mostrándose algo indulgente con su progenitor. Un ápice, tan solo. Es la hija que entiende que su propio padre era un hijo, y que su incapacidad, la de Patrick, para ser padre quizá proviene de su propio padre, Josef. Pero también deja todas las puertas abiertas en cuanto al porqué de la entrada en las filas nazis de Josef. Porque los documentos certifican los pasos dados, pero no las motivaciones. Es decir, si se hizo nazi por convicción o fingió serlo para escapar de la muerte. En el libro hay casi más hipótesis que certezas.
Todas estas dudas no impiden, sin embargo, que Springora mantenga su apellido. “Es Springer, y no Springora, el que lleva la mancha de su complicidad con los crímenes nazis”, afirma la autora. De hecho, siente como si en el fondo, el abuelo Josef le hubiera hecho un regalo: “Fue para protegernos a nosotros, sus descendientes, que nos dio un nombre que no era el suyo”. “Este apellido, Springora, es un poco como una pizarra mágica, que le permitía borrar cosas, pero también dejar un horizonte en blanco para aquellos que lo llevarían después”, concluye.
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